jueves, 27 de enero de 2011

NOCHE DE REYES de Elvira Lindo

EL PAÍS 09/01/2011
He cerrado mi agenda de 2010. Suelo guardarlas y no sé bien para qué. Con el tiempo, leo las pequeñas notas que tomé en ellas y se me vuelven indescifrables, como si entrara en la intimidad de una mujer que ya me es ajena. Alguna vez intenté escribir un diario por la curiosidad de recordar con el tiempo quién fui, pero creo, como V. S. Naipaul, que donde uno muestra la verdad acerca de sí mismo es en la ficción; en las memorias o diarios, uno está siempre controlando su imagen. Prefiero dejar que los recuerdos broten por un capricho inesperado del pensamiento. Escribo esto en la noche de Reyes. La más evocadora del año. Más triste aún que la Nochevieja cuando no se tienen niños chicos. Lejos del tumulto infantil de la Cabalgata que en estos momentos atraviesa la ciudad, toda una procesión de sensaciones del pasado recorre mi mente e invade esta habitación solitaria. El olor de las muñecas nuevas, el tacto de su pelo sintético, el ruido de sus ojos al abrirse y cerrarse, las páginas ásperas de un libro de Historias Selección, el tacto cariñoso de unas manoplas, el brillo del charol de unos zapatos que me vienen grandes. También está el recuerdo de ese frío antiguo que nos llevaba a los niños a desnudarnos alrededor de la estufa: caliente la cara, frío el culo. Y el miedo nocturno a las tres presencias fantasmales, queridas y temidas a la vez, que provocaban el único insomnio del año, vencido al fin por el poderoso sueño infantil. Y la extraña envidia por los juguetes de los chicos, por la complejidad mecánica de un coche a pilas o de un pequeño scalextric. La superposición de sensaciones: junto a la alegría de lo que se gana, la constancia, ya desde tan chicos, de lo que se pierde. No hay villancico que lo cante más claro, "La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos, y no volveremos más". Por algo el crítico inglés Cyril Connolly lo citaba siempre como modelo de la verdad que contienen algunas canciones populares. Los años se van para siempre, se resumen en unas cuantas notas escritas en una Moleskine roja. Tal vez, como intento de recuperación de lo vivido, pueda seguir algún día mi rastro en 2010 por el título de los artículos que a menudo anoté en su día correspondiente. Podré recobrar el estado de ánimo en el que los escribí. Hay algunas opiniones con las que creo que ahora no estaría totalmente de acuerdo. Pero qué importa. ¡Ay de aquel que se sienta capaz de firmar sin un mínimo de incomodidad todo aquello que ha escrito! Creo que sí recordaré este 2010 por haber sido ese año en que todo el mundo aseguraba que lo peor estaba por llegar. La Nochevieja de 2010 será aquella en que los mejores deseos se convirtieron en los peores designios. También lo recordaré por la costumbre ya afianzada de desconfiar de todo aquel que no piensa como tú. Eso estaba ya en 2009, pero tal vez sea el recrudecimiento de esa inercia lo que ha terminado siendo agotador. Hace unos días, sin ir más lejos, escribí una pequeña columna sobre la ley del tabaco. Más o menos venía a decir que la regulación antihumo acabará prosperando aunque solo sea porque nos iguala a otros países europeos. Bien, entre los muchos comentarios que obtuvo la pieza no faltó el del avispado de turno que descubría al mundo cuáles eran las razones ocultas de mi posición: "Cómo se nota quién te paga". No sé si se refería a EL PAÍS, al partido socialista o a los dos. En España siempre hay un avispado de turno. O tal vez el avispado de turno sea una figura internacional. La mente de los mezquinos trabaja de esta manera, pensando que el que piensa lo contrario no lo hace de manera honrada, sino por razones espurias, porque le untan o por estar a bien con el poder. Es tan barato como decir que todos aquellos empresarios que están en contra de las reglas antihumo es porque reciben dinero de las compañías tabacaleras. Pero está claro, nos hemos acostumbrado a negarle al contrario la honradez en su criterio. Aunque tú te empeñes en juzgar cada hecho concreto según marque tu conciencia, será un trabajo inútil: en el preciso instante en que tu opinión aparezca en una pantalla de ordenador o del viejo papel, los clasificadores ideológicos la habrán colocado en su casilla correspondiente. No hay escapatoria. Cada opinión sobre cada asunto que protagonizó cada columna, el matrimonio gay, la familia, la Iglesia, Afganistán, Cuba, la ley Sinde, la propiedad intelectual, Chávez, el humo, Belén Esteban, la grosería verbal, la inercia machistoide, los toros en Cataluña, las pensiones, la edad de jubilación, los labios de Leire Pajín, el rescate de Grecia, cualquier cuestión, grave o trivial, definió a quien lo escribía no ya sólo políticamente, también como persona. Qué poca capacidad de ser honestos e inteligentes les concedemos a quienes no piensan como nosotros. Por eso, para qué recordar. Al fin y al cabo, 2011 será igual o, como dicen, peor, y no ya por la crisis, sino porque estaremos aún más entrenados en el desprecio. Por tanto, es mejor perderse una noche de Reyes en otros recuerdos: el olor de las muñecas o de las páginas de un cuento, los nervios de la víspera, el madrugón impaciente. Son cosas que sucedieron hace mucho tiempo, pero que cada 5 de enero te invaden el ánimo.

No hay comentarios: