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miércoles, 15 de septiembre de 2021
lunes, 16 de septiembre de 2013
Juan José Millás
Bienvenidos a 2º de Bachillerato.
Espero que aprendáis y disfrutéis mucho con textos y autores como este:
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Y aquí podéis acceder a una selección de ARTÍCULOS
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Artículos de opinión 2º Bach,
Juan José Millás,
Sintaxis
lunes, 30 de mayo de 2011
LORCA, de Juan José Millás
EL PAÍS, 13/5/2011
De súbito, la realidad se rompe y deviene en un puzle. La olla exprés aparece en el pasillo; el bote de champú y el tubo de la pasta de dientes, en el dormitorio; las pastillas contra la tensión alta han viajado hasta el aseo de la entrada; la foto de la boda, enmarcada en plata, asoma por debajo del sofá; los libros han caído todos al suelo, mezclándose la poesía con la novela y la novela con el ensayo. Los volúmenes de la enciclopedia, que se encontraban en la parte más alta de la librería, han volado en distintas direcciones, quebrando la armonía del orden alfabético. En el interior de los armarios empotrados, los calcetines se han mezclado con las corbatas y los calzoncillos con las camisas. Los trajes, tras desprenderse de las perchas, permanecen amontonados en un rincón, como cadáveres al por mayor. Algunas lámparas aparecen medio desprendidas del techo y la nevera, que se ha desplazado hasta el tendedero con su carga de cervezas, yogures, huevos, pollo frío y alimentos ultracongelados, comienza a liberar una mezcla inquietante de líquidos. Si te asomas a la ventana, la calle parece también un tablero de ajedrez al que alguien hubiera dado una patada. Pedazos de acera en medio de la calzada y una espadaña rota junto a un automóvil volcado. Bicicletas mutiladas, motos que se de-sangran por una llaga abierta en el depósito del aceite. Las personas también han sido removidas de sus lugares naturales, arrancadas de sus costumbres, de sus hábitos. Son las piezas del puzle más difíciles de resituar, las que más duelen. El terremoto ha descolocado sus ideas, sus emociones, sus afectos, sus planes para el futuro, además de su memoria del pasado. Duermen donde no es, comen donde no es, deambulan por donde no es, y perciben todos y cada uno de los pensamientos que atraviesan sus mentes como una forma de metralla.
De súbito, la realidad se rompe y deviene en un puzle. La olla exprés aparece en el pasillo; el bote de champú y el tubo de la pasta de dientes, en el dormitorio; las pastillas contra la tensión alta han viajado hasta el aseo de la entrada; la foto de la boda, enmarcada en plata, asoma por debajo del sofá; los libros han caído todos al suelo, mezclándose la poesía con la novela y la novela con el ensayo. Los volúmenes de la enciclopedia, que se encontraban en la parte más alta de la librería, han volado en distintas direcciones, quebrando la armonía del orden alfabético. En el interior de los armarios empotrados, los calcetines se han mezclado con las corbatas y los calzoncillos con las camisas. Los trajes, tras desprenderse de las perchas, permanecen amontonados en un rincón, como cadáveres al por mayor. Algunas lámparas aparecen medio desprendidas del techo y la nevera, que se ha desplazado hasta el tendedero con su carga de cervezas, yogures, huevos, pollo frío y alimentos ultracongelados, comienza a liberar una mezcla inquietante de líquidos. Si te asomas a la ventana, la calle parece también un tablero de ajedrez al que alguien hubiera dado una patada. Pedazos de acera en medio de la calzada y una espadaña rota junto a un automóvil volcado. Bicicletas mutiladas, motos que se de-sangran por una llaga abierta en el depósito del aceite. Las personas también han sido removidas de sus lugares naturales, arrancadas de sus costumbres, de sus hábitos. Son las piezas del puzle más difíciles de resituar, las que más duelen. El terremoto ha descolocado sus ideas, sus emociones, sus afectos, sus planes para el futuro, además de su memoria del pasado. Duermen donde no es, comen donde no es, deambulan por donde no es, y perciben todos y cada uno de los pensamientos que atraviesan sus mentes como una forma de metralla.
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jueves, 27 de enero de 2011
LOS DE SIEMPRE de Juan José Millás
EL PAÍS 21/01/2011
Esto parece un juego de mesa siniestro en el que a medida que avanzas aumentan las posibilidades de caer en la casilla de la muerte, en la casilla de la indigencia, en la de la inmigración, en la de las drogas, en la de la cárcel, en la del paro, en la de volver a empezar... Se da además la circunstancia de que cada uno de los jugadores utiliza un folleto de instrucciones distinto. Este señor de 55 años, por ejemplo, acaba de caer en la casilla del paro, de la que no es previsible que salga en mucho tiempo. Este de aquí también, pero este de aquí es diputado, de modo que el Congreso se hará cargo de sus cuotas de la Seguridad Social hasta que sea menester. ¿Por qué esa diferencia entre unos y otros? Ya se ha dicho: porque no juegan con las mismas reglas. A esta mujer, por poner otro ejemplo, le han caído ocho años de inhabilitación por prevaricadora, pero según su folleto de instrucciones tiene derecho a la protección del partido político al que pertenece. Ese otro individuo es un ladrón, pero juega con una carta secreta por la que le prescriben los robos antes del juicio. Y no nos importa nada, nada, porque en los juegos de mesa jamás llega la sangre al río.
Si la realidad fuera auténtica, y no este sucedáneo, las iniquidades en curso provocarían motines, huelgas, asonadas, revueltas, levantamientos ciudadanos... La realidad artificial, en cambio, produce mayormente resignación, de modo que cuando nos tienden una trampa los jugadores nos culpamos a nosotros mismos de lo ocurrido: esto me pasa por negro, o por pobre, o por ingenuo, o por inmigrante, o por alto, o bajo, o listo, o tonto, o escritor, o fontanero... No sabe uno con qué folleto de instrucciones educar a los vástagos. Es como si el horno viniera con mil normas de uso, todas contradictorias entre sí. El problema es que los que se asan son siempre los mismos.
Esto parece un juego de mesa siniestro en el que a medida que avanzas aumentan las posibilidades de caer en la casilla de la muerte, en la casilla de la indigencia, en la de la inmigración, en la de las drogas, en la de la cárcel, en la del paro, en la de volver a empezar... Se da además la circunstancia de que cada uno de los jugadores utiliza un folleto de instrucciones distinto. Este señor de 55 años, por ejemplo, acaba de caer en la casilla del paro, de la que no es previsible que salga en mucho tiempo. Este de aquí también, pero este de aquí es diputado, de modo que el Congreso se hará cargo de sus cuotas de la Seguridad Social hasta que sea menester. ¿Por qué esa diferencia entre unos y otros? Ya se ha dicho: porque no juegan con las mismas reglas. A esta mujer, por poner otro ejemplo, le han caído ocho años de inhabilitación por prevaricadora, pero según su folleto de instrucciones tiene derecho a la protección del partido político al que pertenece. Ese otro individuo es un ladrón, pero juega con una carta secreta por la que le prescriben los robos antes del juicio. Y no nos importa nada, nada, porque en los juegos de mesa jamás llega la sangre al río.
Si la realidad fuera auténtica, y no este sucedáneo, las iniquidades en curso provocarían motines, huelgas, asonadas, revueltas, levantamientos ciudadanos... La realidad artificial, en cambio, produce mayormente resignación, de modo que cuando nos tienden una trampa los jugadores nos culpamos a nosotros mismos de lo ocurrido: esto me pasa por negro, o por pobre, o por ingenuo, o por inmigrante, o por alto, o bajo, o listo, o tonto, o escritor, o fontanero... No sabe uno con qué folleto de instrucciones educar a los vástagos. Es como si el horno viniera con mil normas de uso, todas contradictorias entre sí. El problema es que los que se asan son siempre los mismos.
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